en defensa del
cardo y de la ortiga,
en defensa del burro y su rebuzno
y de su condición intrascendente,
a favor de los bosques y su antiguo
modo de ser, a favor de la piedra
que el invierno cubrió de oscuro musgo,
para que vivan peces en las aguas,
pájaros en el aire, rododendros
en los jardines, luces en la noche,
y los hombres se olviden de la prisa
con que van a la nada y no se enteran,
víctimas de un progreso establecido,
para que todo cobre otro sentido
una vez asumido el sinsentido
que es todo, y concentrados en su paso
veamos sin dolor pasar el tiempo
y vivamos minutos, horas, días,
bocanadas de ser, riqueza única,
para que todo vuelva a ser sí mismo,
lo que pasó, lo que es, lo que perdura,
lo que no deja huella de su paso,
para que no dé miedo tener hijos
ni dejar de tenerlos, y el amor
vuelva a ser verdadero, a ser inmenso,
para poder tomar el sol y el aire
y sentarse en la hierba con la gente
y ponerse a charlar largo y tendido,
a favor del cansancio y del descanso,
a favor de los ciclos naturales
y de la rebeldía ante los ciclos,
por los colores y por los sonidos,
por los gustos, los tactos, los olores,
por el juego y el sueño, y los amigos,
en defensa de lo que se ha perdido,
de la paz verdadera, del sosiego,
de la palabra limpia y del silencio.
(Jesús Munárriz, de Esos tus ojos, 1981)
en defensa del burro y su rebuzno
y de su condición intrascendente,
a favor de los bosques y su antiguo
modo de ser, a favor de la piedra
que el invierno cubrió de oscuro musgo,
para que vivan peces en las aguas,
pájaros en el aire, rododendros
en los jardines, luces en la noche,
y los hombres se olviden de la prisa
con que van a la nada y no se enteran,
víctimas de un progreso establecido,
para que todo cobre otro sentido
una vez asumido el sinsentido
que es todo, y concentrados en su paso
veamos sin dolor pasar el tiempo
y vivamos minutos, horas, días,
bocanadas de ser, riqueza única,
para que todo vuelva a ser sí mismo,
lo que pasó, lo que es, lo que perdura,
lo que no deja huella de su paso,
para que no dé miedo tener hijos
ni dejar de tenerlos, y el amor
vuelva a ser verdadero, a ser inmenso,
para poder tomar el sol y el aire
y sentarse en la hierba con la gente
y ponerse a charlar largo y tendido,
a favor del cansancio y del descanso,
a favor de los ciclos naturales
y de la rebeldía ante los ciclos,
por los colores y por los sonidos,
por los gustos, los tactos, los olores,
por el juego y el sueño, y los amigos,
en defensa de lo que se ha perdido,
de la paz verdadera, del sosiego,
de la palabra limpia y del silencio.
(Jesús Munárriz, de Esos tus ojos, 1981)
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